“El centro de la ciudad es el espacio de la ancianidad; en nuestra sociedad, el viejo, en lugar de ser el portador de los consejos y de la sabiduría, es el marginado que no se engrana en la máquina de producir que es la ciudad en la Sociedad del Capital” (Leal Maldonado, cita en: Reyes, 1988, p. 124).
Las miradas de aquellos que han vivido, se pierden en la infinidad de las calles, se esfuman entre el sonido de un claxon y el tumulto de gente, la vida ha pasado veloz delante de sus ojos que contemplan el mundo que pareciera tan lejano y extraño.
Son ellos los ancianos, los viejos, los adultos mayores quienes en su camino al ocaso de la vida, viven en un mundo lleno de recuerdos, de sueños antiguos, más sin embargo su punto de encuentro con el mundo joven y activo es el dinero.
El recurso económico los obliga a caminar lejos de casa, vendiendo fuera de alguna iglesia o en algún parque comida, se les puede observar trabajar silenciosos por las calles, por los tianguis llenos de alborotos, a esos seres que tienen el rostro lleno de surcos en los cuales su vida se ve reflejada, sus años perdidos, sus miedos y enfermedades, sus rostros hablan y gritan su historia.
Pareciera que sus ojos hablan, que sus manos ven, la experiencia en el mundo lo ha vuelto expertos en la vida, pero ahí acompañados solo de ella la soledad no se puede aprender de ellos. Los jóvenes pasan como rayos delante de ellos sin siquiera mirarlos, sin preguntarse cómo es que esas personas llegaron allí.
Por qué hay tantos ancianos indigentes por las calles, por qué son ellos los que trabajan para comer, por qué vender fuera de casa, por qué aguantar los rayos del sol en su envejecido rostro, donde están las instituciones que velan por sus derechos, donde están sus familias, es una gran incógnita, sin respuesta.
Mientras no se resuelva la pregunta ¿Por qué? Seguirán ahí en las calles vendiendo esperanzas, sembrando una ilusión. No debería ser así, ellos deberían vivir en tranquilidad y quietud, las familias deberían serlo.
La indiferencia es el virus que ataca a la juventud impidiéndole, valorar, cuidar y proteger a sus sabios, en esta sociedad contemporánea donde nada importa más que el tiempo y el capital, toda esta situación ha ayudado a que la solidaridad sea una cualidad cuasi extinta entre humanos.
Así se vive la vejez en las calles de la ciudad con alegría y desazón, con abandono y compañía, con esperanza y fervor. Ya que “La juventud es la única enfermedad que se cura con el tiempo”.
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